martes, 11 de septiembre de 2012

Esencia de mujer

Allí en la habitación ya asoma la mañana. La claridad del amanecer pinta la habitación de blanco y ella se despierta con los primeros rayos. Sube la persiana y abre la ventana para oler el viento. Una música de ballet suena en su despertador aunque ya tarde, y ella, sonriente de volver a escuchar esa canción cierra los ojos y se pone de puntillas, recordando el inicio de su juventud. Despierta de sus imaginaciones joviales y apaga el despertador. En la percha hay una camisa azul casi blanca unas cuantas tallas más grande, se la pone y con ella casi de vestido y el pelo castaño revuelto se dirige a la cocina. La cocina es uno de sus lugares favoritos de la casa. Es la habitación más luminosa ya que sus ventanas ocupan toda la pared.  Las vistas a Central Park son increíbles, aún no logra creer haber encontrado vivienda allí y encima con esas vistas. Lo cierto es que, se tendría que despedir de todo aquello en un año. Le habían trasladado a principios de septiembre a New York por motivos de trabajo y a mediados de Junio, si todo iba bien, se marcharía de nuevo.
Pone el cable de la exprimidora en el enchufe y coge la bolsa de naranjas que había comprado el día anterior. Exprime unas cuantas mientras la tostadora se calienta. Termina el zumo y mete dos rebanadas de pan a calentar y, mientras se preparan pone la radio para escuchar su emisora favorita, donde después de las noticias de la mañana emiten música que ella no había escuchado nunca. En la calle hay 19º, dos grados menos que ayer. Coge sus tostadas y las unta de tomate. Coloca su desayuno en una bandeja semitransparente con lunares rosas y se sienta en la isla color crudo de la cocina.
Empieza a pensar cómo será su nueva vida en New York, a qué clase de gente conocerá y quiénes serán sus nuevos amigos -o eso pensaba ella- tener algún amigo en el que apoyarse si algo andaba mal. Cómo serían sus nuevos alumnos y compañeros de trabajo.  A qué hora debería salir de casa para no encontrarse mucho tráfico. Era la primera vez que iba a trabajar, había hecho prácticas en un Instituto de California y al mes ya le habían contratado en un Instituto de  New York. Todo había salido a pedir de boca. Ahora esperaba tener la misma suerte allí, en esa gran ciudad donde cada día parecía que venían miles y miles de personas nuevas cada día. Era su tercer día en aquel piso y todavía no se acostumbraba a subir y bajar escaleras para ir a algún sitio de la casa. Vivía en el piso 16 y 17 en un rascacielos justo enfrente de Central Park. Eva, la propietaria del piso era una señora de 69 años de nacionalidad Rusa que se había transladado a New York con su marido, había comprado dos pisos donde ella, hace años vivía en la planta de bajo y su marido en la planta superior, ya que según le había contado Eva, no se aguantaban entre ellos. La casa se reformó hace un año y medio y parece que nunca hubiera vivido cada uno en una planta. La decoración era exquisita, todos los muebles eran de un color cálido casi blanco, con ventanas y sábanas blancas. Un cuarto de aseo enorme y varios objetos de decoración en cada habitación. Las cortinas de su habitación de seda blanca semitransparente y el suelo de madera. Una decoración impropia de una mujer de esa edad, pensó.
Pero a ella le encantaba, era todo cuanto quería. En aquella casa se encontraba ella misma, y a pesar de que  ambos pisos eran grandes ella nunca sentía miedo a la soledad. Después de limpiar el plato de las tostadas y el vaso de zumo se dirigió al cuarto de aseo. Allí, rápidamente puso a llenar la bañera y mientras, se desnudó y preparó todos sus lotes de belleza que ella necesitaba en cada baño. Después de aquel momento tan relajante sentía que el día empezaría con buen pie. Colocó en una mesita de madera blanca incienso de vainilla para ambientar el lugar y así sentirse sumergida en un lugar tan dulce como ella misma.
Ya terminada la hora del baño relajante y con su bata de seda rosa pálido, se dirigió a la habitación y se puso cara al armario. Eligió un vestido de terciopelo amarillo muy claro y unos botines de ante beig. En el cuello, debido al fresco que hacía fuera, eligió un fular de muchos colores y un bolso beig a juego con los botines. Se peino y se dejó el pelo un poco alborotado de manera que así le diera un toque informal a aquel vestido. Sin apenas maquillaje, -solo con una línea negra que salía al final de la línea donde terminaban las pestañas- salíó a conocer la ciudad, para así conocer en qué lugar le depararía sus próximos días.


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